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Fortitudine vincimus

El corte de pelo que nunca existió

Era un martes de la primavera de 1970. Lo sé porque tocaba instrucción y Pisón, que me quería tanto, pues le dio por mis rubios rizos, decidió arreglarme un poco el "look". Así que, hacia las 16:30 (hora Zulú) me dijo que me fuera al peluquero para "que me pelara" (sic).

Recordaréis que la peluquería estaba en la zona donde estaban los servicios, el taller de mantenimiento, el gimnasio, etc. Pensando en que al acabar la instrucción Pisón se iría sin acordarse de mi, ni aparecí por la peluquería; mi intención era largarme para Madrid en cuanto dieran las 17:00 (hora Zulú). Yo no me iba por el "agujero" porque aquello parecía la Puerta del Sol a veces, así que saltaba la valla por la lavandería, que tenía un ángulo muerto al final de la pared, pegado a la malla. Tampoco usaba ya el método de salir de uniforme de faena y cambiarme de paisano una vez en la vía. Este método ya lo había descartado a raíz del incidente que dio lugar al caso de "la ropa en la vía y la nota misteriosa" que trataremos en otro capítulo. El método que utilizaba era el de vestirme con la ropa de paisano en la escuadrilla y ponerme encima la ropa de faena abrochada hasta arriba. Dada mi talla, que ahora es la 40, pero que entonces era del 36, los dos pantalones ni abultaban. Los zapatos eran negros y no se notaban mucho.

Bien, pues ya estaba vestido y dispuesto para la salida. No me había puesto la camisa del uniforme sino una camisa italiana con un estampado de flores en color violeta, a la moda hippy de aquellos tiempos, con aquellos cuellos largos y puños de tres botones que en las discotecas, con la luz ultravioleta, eras solo una camisa fluorescente con dientes. Encima de la camisa me puse la guerrera de faena abrochada hasta arriba, aunque el cuello estampado sobresalía aún uno o dos centímetros al menos. Como mi estrategia siempre fue que la mejor manera de pasar desapercibido era comportarse de modo natural, no andar escondiéndose y no andar mirando para los lados a ver qué pasa, enfilé decidido y tranquilamente la puerta de salida de la escuadrilla con mi camisa y mis zapatos. Saludé militarmente al sargento y me fui hacia las cocheras para rodearlas y entrar en la calle de la lavandería como si bajara desde las aulas de FP. Entonces, al pasar entre las cocheras y la Plaza de Armas,... ¿quién estaba allí de charla? Sí señor: el mismísimo Pisón de la Vía charlando con otros jefes y oficiales. Me ve, me llama y allá que me voy sin pelar, con mi camisa de diana floreada y mis zapatitos. 

Mientras acudía a su encuentro iba pensando vertiginosamente una excusa creíble, algo así como "El barbero tenía mucha gente y vuelvo ahora...". Menos mal que no abrí el pico más que lo justo. La cosa, más o menos, fue así:

- "A ver, Barreno, ese pelado", Me dice Pisón mientras me pasa la mano por la nuca, rozando la camisa floreada, y mientras los tres o cuatro capitanes me observaban el cuello con interés.

- "Mi coman..." comencé a balbucir yo.

- "Lo ves, Barreno, así está mucho mejor. Ha quedado muy bien el pelado.

- "Si, mi comandante. ¿Ordena alguna cosa más?"

Y me dijo que me fuera mientras yo alucinaba con mi camisa floreada camino del punto de salto de la valla por la lavandería. En fin, que el criterio sobre mis rizos era un tanto variable, o que la manía que Pisón me tenía también resultaba "humana".

Javier Luis Barreno Díez. Abril 2017.